Época: fin siglo XVII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Pensamiento religioso y filosofía en el Barroco

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

La heterodoxia en el terreno religioso constituyó también un aspecto de la crisis de la conciencia europea de la segunda mitad del siglo XVII. A los místicos de la primera mitad del siglo les sucedieron los antimísticos, cartesianos y mecanicistas; a los defensores de las creencias tradicionales y a los que discutían inútil y a veces sangrientamente por motivos religioso-dogmáticos se les opusieron los escépticos, los irreligiosos o los que defendían una religión que fuera sencilla, útil y práctica; y, finalmente, si en el terreno científico se había puesto en duda o se había negado la autoridad de los clásicos, en la esfera religiosa se puso en entredicho la de las Sagradas Escrituras. Precedentes de estas corrientes existían ya a comienzos del siglo. Se trataba de los denominados libertinos, pero como se verá luego, las grandes dudas que conmoverán los cimientos de la religión tradicional aflorarán con verdadera fuerza a finales del siglo, anunciando de ese modo un siglo XVIII librepensador en el más amplio sentido del término.
Las controversias en el mundo protestante entre gomaristas y arminianos, y en el mundo católico entre teólogos ortodoxos y jansenistas, además del desolador panorama bélico, que entre 1618 y 1648 asoló Europa en nombre de Cristo y de la religión, empujaron a muchos hombres al alejamiento de la religión y, a veces, a la pérdida del respeto por ella. Muchos acabaron por dudar de que existiese una verdad religiosa (fuese única o diversa), y empezó a extenderse la idea de que la religión era algo funesto y nefasto. Por último, el desarrollo de la violencia social, la relajación de las costumbres y el crecimiento del sensualismo terminaron por favorecer un clima de crisis en las conciencias religiosas y un triunfo de aquellos que proclamaban la necesidad de prescindir de la religión.

Aunque el pensamiento libertino estaba poco cohesionado y era muy variado en su formulación, entre esas personas o grupos a los que nos referíamos se encontraban aquellas que, unidas bajo la denominación de libertinos, se caracterizaban en común por rechazar en la teoría y en la práctica el Cristianismo, los dogmas y la moral de las Iglesias y por practicar ya el libertinaje de las costumbres, ya la libertad y la total independencia de pensamiento, adoptando, de esa manera, una vida cuya concepción respondía a los principios del paganismo grecorromano. Precisamente, para fundamentar sus posiciones acudieron a los clásicos de la Antigüedad, Epicuro y Séneca, fundamentalmente.

El movimiento escéptico produjo un alejamiento de la gente con relación al racionalismo cristiano. Éste afirmaba que la existencia de Dios era demostrable por la razón y que de los hechos históricos se puede probar la divinidad de Cristo. Los libertinos escépticos (como La Mothe le Vayer, 1588-1672) proclamaban lo contrario, hasta llegar al ateísmo y a la imposibilidad de toda fe; negando igualmente el valor de la vida, del conocimiento y del mundo; considerando, por derivación de un pensamiento pesimista, que todo ello no es más que una farsa perpetua, una fábula, un cuento, una necedad. Por su parte, Pierre Gassendi (1592-1655), que escribió una Apología de Epicuro (1634), restauró el materialismo epicúreo al afirmar que todos los cuerpos están compuestos de átomos en movimiento, mientras que el alma es una especie de soplo, un conjunto de átomos minúsculos esparcidos por todo el cuerpo y sensible a las afecciones de éste. Y como Epicuro, también Gassendi sostiene que cuando el cuerpo se disuelve, el alma se disipa y, a partir de ese momento, ya no hay cuerpo, ni sensaciones ni sentimientos. El hombre muere y lo hace en su totalidad.

De este materialismo escéptico se derivaron otras muchas consecuencias: la imposibilidad del conocimiento, pues las verdades que nos permiten conocer los sentidos son sólo relativas; y la negación del valor de los estudios sobre la existencia de Dios o de las especulaciones sobre la naturaleza del ser. La desconfianza y la crítica se extendieron también al campo de los hechos y las fuentes históricas y Gabriel Naudé fue su mejor exponente. En la interpretación de los hechos históricos, redujo todo a los lazos naturales de causa y efecto y procuró desenterrar patrañas y falsedades, denunciándolos en su obra Apología para los grandes hombres (1625).

Al libertinaje en el pensamiento se unió también el libertinaje en las costumbres, sobre todo en Francia, entre los años veinte y cuarenta del siglo y, especialmente, en los ambientes urbanos y selectos, donde se consideraba a la religión y a Dios como un engaño y una estafa y donde se proclamaba el derecho al placer de triunfar sobre el rigor de la norma y sobre la norma misma y, por consecuencia, el derecho a no creer y a defenderlo activamente.

La Biblia tampoco poseía el valor que históricamente le habían otorgado las Iglesias. El ataque procedía de la aplicación del racionalismo cartesiano a la erudición. En ese sentido, Spinoza en su Tratado teológico-político escribía que la razón demostraba la impotencia y la ineficacia de la religión para transformar al hombre o para resolver sus problemas respecto a Dios o al alma, lo cual hacía necesario eliminar las creencias tradicionales, pues, ¿qué diferencias existían entre un judío, un cristiano, un turco y un pagano? La religión había dejado de ser un acto interior para convertirse en un culto exterior de prácticas automatizadas. El espíritu crítico hacia estas formas de religiosidad no existía dada la obediencia que, en nombre de la Sagrada Escritura como obra de inspiración divina, imponían los sacerdotes. Pero para Spinoza, la Biblia está llena de errores y contradicciones, sus libros están exentos de autenticidad y presentan un valor documental desigual. Todo ello le hace concluir que sólo la razón y la reflexión personal permiten acceder al conocimiento de Dios y, por Él, a la salvación.

A la crítica de Spinoza se sumó la de un sacerdote católico, Richard Simon (1638-1712), miembro del Oratorio, aunque de espíritu cartesiano y spinozista. En su Historia crítica del Antiguo Testamento (1678) sostiene que no puede considerarse a la Biblia como la palabra de Dios directamente inspirada, consignada por escrito y transmitida en su estado original. Realizando un estudio filológico, lingüístico, gramatical e histórico de los libros sagrados, llega a la conclusión de que algunos de ellos, como el Deuteronomio, contiene muchas repeticiones, es incoherente, está compuesto en diversas épocas y por distintas manos. Así pues, no es posible aceptar el dogma y la práctica católica como deducidas de la Biblia y amparadas en ella.

Esta lucha entre racionalistas y religionarios se extendió durante toda la segunda mitad del siglo XVII. Unos pensadores habían puesto en tela de juicio la autoridad de la Sagrada Escritura, y otros, como Pierre Bayle, atacaron directamente las creencias religiosas tradicionales. Concretamente, entre 1682 y 1694 publicó sus Lettres et pensées sur la cométe, unas reflexiones sobre el cometa estudiado por Halley en 1682. Aprovechó la obra para demostrar que la vieja superstición pagana sobre la aparición de los cometas como un presagio de calamidades y acontecimientos funestos (asesinato de reyes, terremotos, pestes, hambres, guerras) era absolutamente infundada, aunque existiese un consentimiento generalizado y universal (invocado en otras ocasiones para probar la existencia de Dios), pues no había que confundir una concomitancia con una relación de causa a efecto. Nunca la aparición de un cometa podía constituir un milagro. La creencia en ellos es un efecto del orgullo humano y esperarlo constituye una actitud idolátrica. En su Dictionnaire (1692), Bayle continuó los ataques a la religión revelada, denunciando los errores y las falsificaciones de la tradición, defendió el uso de la razón como el único medio de llegar al conocimiento de Dios, proclamó la necesidad de contar con una moral natural separada de toda metafísica y sugirió la práctica de la tolerancia como el recurso contra todo dogmatismo. La puerta de entrada para los librepensadores del siglo XVIII estaba abierta.